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Ago 27, 2015 fenomenosocial Colaboradores, Conductas, Filosofía, Opinión, Política 0
➡ Javier Aparici Gisbert |Filósofo y Presidente de ADESCO|Descodificador 2015
En una partida de caza en la prehistoria, en una aventura pionera durante la Edad Media o en un innovador proyecto industrial durante el siglo XIX, es probable que por la contrastable experiencia e idoneidad del conductor y por la necesidad de tomar decisiones de urgencia, la subordinación del grupo al individuo fuera, probablemente, necesaria y conveniente. Pero ¿y ahora?
Efectos psicológicos y sociales de la consolidación de los liderazgos han sido el culto a la personalidad y la naturalización del clasismo basado en el mérito. La condición humana es muy variada y versátil y tanto en las características naturales, como en las motivacionales, se da una gran diversidad de niveles de capacidad y de compromiso. Los “fuera de serie”, evidentemente, existen, pero no está nada claro que las personas extraordinarias lo sean para todo o que resulten, por ello, infalibles. Tampoco parece razonable que, en el caso de“los mejores”, se deba pasar, sin más, de la sutil influencia sobre los demás, al poder de mando sobre el conjunto.
Hay una vastísima literatura histórica y una enorme iconografía que pretende demostrar y ensalzar la existencia de los “Grandes hombres” –y mujeres-,atribuyéndoles el mérito del progreso de las sociedades en todos los ámbitos, desde lo religioso a lo tecnológico, desde lo artístico a lo gubernamental. Uno de los problemas que se crea en la esfera de la política con una categorización tan ambigua como la del liderazgo es que en una civilización como la nuestra, tan marcada por conflictos y violencias de todo tipo resulta, a menudo, que los “Grandes timoneles”, los “Caudillos” y los“Padres de la patria” para unos, son los personajes más nocivos y abyectos, para otros.
Además, en el momento histórico actual, en el que, por el enorme aumento y concentración poblacional, se hace imposible una experiencia personal auténtica entre los líderes y los miembros del grupo de referencia, lo único que queda para validar ese vínculo de subordinación “natural”, es la comunicación mediática, con sus notables reduccionismos y ficciones. Y así, en este fenómeno-interesadamente promocionado por estructuras jerárquicas de toda clase- nos encontramos, más que con la emergencia y selección de élites dotadas de grandes carismas y capacidades, con su versión más esperpéntica, hecha de profecías auto cumplidas, jugadores de ventaja, falsos ídolos y mediocres magnificados.
En un sistema político que se pretende democrático y que, en su fundamento más básico, considera que la percepción y la capacidad de reconocer el interés general y de promocionarlo está al alcance de todo el colectivo social, el cultivo de los liderazgos empieza ya a ser más una rémora del pasado, que una solución para el presente. Menos mirlos blancos al mando y más transparencia, control y participación ciudadana.
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