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Jun 05, 2015 fenomenosocial Conductas, Curiosidades, Psicología, Sociología 0
➡ Alejandro Caballero |Sociólogo|Conductas-curiosidades 2015
¿Por qué esta “necesidad”? Nuestro parientes más cercanos en la escala evolutiva, los primates, tienen una forma de cotillear muy particular con sus congéneres, ésta es, como hemos podido apreciar en infinidad de documentales, despiojando a sus compañeros de su grupo. Otros chimpancés, cuando siente la necesidad de mostrar afecto a los miembros de su grupo, simulan el apareamiento, tanto entre hembras y machos como con los de su mismo sexo, digamos que es una muy buena forma de mostrar afecto, cariño y afiliación al grupo. Pero lo seres humanos tenemos la capacidad de comunicarnos mediante el lenguaje, y a través de éste cotilleamos, y es de esta manera como mostramos afecto o desafección a los miembros de nuestro grupo. Aprendemos más de 13.000 palabras en los primeros seis años de vida, y para poder hacernos una idea del poder que podemos ostentar con este hecho, es que un perro sólo logra aprender 150 palabras a lo largo de toda su vida.
Según Robin Dumbar, antropólogo, biólogo evolucionista y profesor de la Universidad de Liverpool, los humanos tenemos la necesidad imperiosa de cotillear porque compartimos nuestra vida con demasiados grupos sociales, muchísimo más que los primates, y el cotilleo es una forma de estar en contacto con todo el mundo. Este impulso innato por saber de los demás, es lo que nos hace seres sociales y, al final, humanos.
Creemos que fuera de la manada, del grupo social al que pertenecemos, anda la muerte muy cerca, y necesitamos de los demás para eliminar esta tensión constante, para que nos protejan, para saber de los peligros que nos rodean y conocer las opciones de vida a las que podemos aspirar, es decir, construir una serie de expectativas de vida a través del aprendizaje observacional, aprendemos continuamente mediante la observación y con la interacción de unos con otros. Aprendemos , por ejemplo, cuáles son las expectativas de vida para el grupo, las normas sociales, las creencias religiosas e ideológicas y, en definitiva, cuales son la tipología de conductas que son aceptadas o rechazadas en una determinada sociedad. De esta manera conseguimos cierto control sobre nuestro entorno, evitando así tener que sufrir o padecer conflictos psicológicos o sociales de diferente índole en primera persona.
El ser humano tiene una necesidad imperiosa de afecto, de cariño, de sentirse querido y aceptado. El cotilleo que se producen en los corrillos de cualquier espacio social nos ayuda a ser aceptados. Cotilleamos en bares, en peluquerías, en la escuela, en la oficina, con amigos y con familiares, exponemos nuestra opinión para saber si vamos por buen camino, o por el contrario, debemos modificar algo en nuestra opinión o conducta para no ser excluidos. Esperamos del otro interlocutor que responda, y ya sea malo o bueno, almacenamos la información para cuando nos sea necesario utilizarla, quizás, para contárselo a otra persona. Por tanto, el cotilleo ayuda a cohesionar al grupo, darle contenido y, muchísimas veces, a homogeneizar las creencias, las ideologías y las maneras de actuar en sociedad.
El cotilleo tiene una parte oscura. Cuando en algún grupo social humano se produce un conflicto o disentimiento con algún miembro de éste, lo primero que se le suele hacer es excluirlo del cotilleo. Así sucede en la oficina, en la escuela, en la familia o en un grupo de amigos. De esta manera se le niega el afecto y el cariño, y toda esa sensación de sentirse arropado por el grupo desaparece. Quizás sea una de las cosas más crueles que pueda llegar hacer el grupo con uno de sus miembros. Cuando sucede esto, la persona que ha sido desplazada se le activan todas las alarmas en el cerebro al no percibir la sensación placentera que genera la afiliación, indicándole que debe cambiar algo en su conducta si quiere volver a ser aceptado, y así poder reanudar el cotilleo con el resto de los miembros.
>Evidentemente, las razones por las que los individuos son excluidos del cotilleo no siempre son justas o ecuánimes. Las motivaciones de los que excluyen pueden ser de la más diversa índole, como la pura y mal sana envidia o una percepción equivocada sobre el fin último de un supuesto rival, como por ejemplo, una mínima sensación que le indique que quiere arrebatarle algo de su espacio personal o social. Quizás, ese espacio personal y, sobre todo, ese espacio social que va a ser ocupado por otra persona, se ha hecho mediante una conducta justa, meritocrática, razonable y lógica desde el punto moral y ético, o quizás, simplemente, se trate de una percepción distorsionada de la realidad del sujeto que excluye.
La persona o el grupo que desplaza a otro puede inventar y construir toda una estructura de mentiras relativamente lógicas en relación al excluido, para que dicha exclusión sea aceptada también por el resto de los miembros de un grupo, sin dejar espacio a la disensión. Así elimina el temeroso de un plumazo invisible la citada competencia. Los seres humanos somos conocedores de nuestras imperfecciones, nuestras limitaciones, y cuando percibimos que alguien roza la perfección intentamos rebajarla y desprestigiarla cuando comete un mínimo fallo. Posiblemente, ésta es la causa fundamental por el que la prensa del corazón tiene tanto éxito, en el que si bien se reconoce algunos méritos públicos, al mismo tiempo se intenta mostrar las miserias de los que han obtenido ese reconocimiento social.
En definitiva, se odia la perfección humana ( aunque no existe), la voluntariedad, la predisposición, el mérito, la empatía, el esfuerzo y el trabajo, etc., porque se CREE que es un peligro inminente y porque se CREE QUE está atiborrado de elementos competitivos del que sabemos que no vamos a ser capaces de superar o, simplemente, no queremos trabajar en ello . Del mismo modo, pero a la inversa, cuando interactuamos con alguien que comete fallos unos tras otros, solemos ser más benévolos, tolerantes y transigentes. Primero, porque da lástima, pero también porque aumenta el nivel de confianza en uno mismo (aunque las comparaciones sean odiosas), aparte de no reconocerlo como una persona que sea competitiva y que nos pueda arrebatar los recursos de los que nos abastecemos en diversos espacios sociales (normalmente son esas personas que hablan a los adultos como si fueran críos) Resumiendo, debemos «desconfiar» de la misma forma tanto de las personas a las que le producimos lástima, como de las que nos creen demasiado competitivos.
Como en la mayoría de las veces, en el equilibrio se encuentra la verdad muy cercana.
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